Tal vez no te diste cuenta, pero esa tarde en la mesa de aquel Café, mientras platicábamos, yo no dejaba de mirar tus ojos y en ellos aprecié todo el deseo que tenías de sentirte amada y a punto estuve de estrecharte entre mis brazos y prodigarte toda la dulzura que anhelabas.
A veces pienso que esa vez que ahí estuvimos, era el deseo de ambos por juntarnos, por sentir de cerca nuestro aliento y nuestro aroma y escuchar así cercano el latir de nuestros corazones, abrumados ambos por las mil desilusiones, de saber fue infructuoso nuestro anterior esfuerzo y a quien amamos en desestima así nos tuvo.
Quise por un momento tomarte de la mano mientras que con la otra podría compartirte un sorbo de mi taza y compartir así secretos que guardamos, tal vez uno, el más grande de ellos, saber que aunque el amor era así de enorme, mis labios nunca se atrevieron confesarlo.
Ahí miraba yo dulzura en tus ojos, la más grande de todas las ternuras y es que estoy seguro tu deseabas te besara, te aprisionara en mis brazos y escucharas de mis labios, quédate conmigo y no te marches, y compartamos esos trozos de la vida, que aun nos quedan, un regalo del Eterno.
A Dios he pedido pueda nuevamente estar contigo y en nueva oportunidad atreverme a confesarte, que te amo tanto y que siempre te ha amado, pero siempre callé y no quise confesar el gran amor que emanaba de mis venas, ardientes ellas con deseos de abrazarte y consumar en uno la fusión de nuestra entrega.
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